Cualquiera podía considerarme una persona desgraciada, es más, yo mismo me consideraba una persona desgracia hasta hace pocos días.
Jamás he vivido como tú, jamás. Porque dudo mucho que hayas malvivido en la calle intentando soportar el frío a base de alcohol. No soy el borracho que estás imaginando, pero el frío tienes que combatirlo.
En verano, mi mejor época sin duda, cuando la gente se echa a la calle, se descubren lo ombligos y las noches son tan cortas que puedo dormirlas enteras, es cuando la cabeza se me llena de ideas. Hay una explosión en mi mente y todo se llena de color, y si no pintase, explotaría. Y eso hacía, explotar. Todos los veranos de mi vida, hasta este, me dedicaba a imaginar, no hacía más que pasear y lamentarme de mi desgracia. Pero al principio de este verano decidí que no me volvería a pasar. Muy decidido, entré en un supermercado enorme, las cajeras no me miraron con buenos ojos pero las ignoré cuanto pude. Con mi recaudación de mucho tiempo en la puerta de una iglesia, compré latas de pintura. Sin saber cómo escogí al azar los colores primarios y como no me quedaba mucho dinero no tuve más remedio que comprar un puñado de cepillos de dientes que pronto se convertirían en mi símbolo.
Y sin perder más tiempo, escondí mis nuevas pertenencias en mi actual alojamiento y salí al mundo a ver personas y rostros desconocidos, cuerpos tostándose al sol e historias que prometían ser interesantes.
Cuando mi mente hervía de actividad, fui corriendo a por mis artilugios y, como si de una necesidad se tratase, comencé a pintar sobre el viejo muro de una obra. Un muro que llevaba años delante de una obra paralizada, un muro blanco e insípido.
Y después… no recuerdo nada, es como si hubiese perdido la consciencia mientras pintaba. Recordaba vagamente haber pintado con las manos, los dedos y todos mis cepillos, mezclando los colores y haciendo realidad mi verdadero sueño. Reflejé en un muro todas mis fantasías y temores en un estado de éxtasis que no me proporcionaría ninguna droga y tras una mañana de actividad frenética, así como estaba caí rendido a los pies del muro, coloqué una lata en el centro de mi colosal mural y esperé.
Vi fascinado durante horas cómo la gente admiraba mi mural y cómo la lata se iba llenando moneda a moneda. Cuando decidí que había suficiente fui a guardar mis cosas y mi nuevo tesoro, y a conseguir comida.
En una ducha pública a las orillas de la playa me quité la pintura que me cubría de pies a cabeza y sentado en una roca comí como pocas veces lo había hecho.
Sin saber que sería de mí mañana, me eché a dormir donde siempre más derrotado que nunca.
La gran sorpresa llegó al día siguiente cuando, cerca de mi fardo encontré un sobre que contenía dos fotografías de mi mural del día anterior y una nota sencilla que yo no sabía leer. Conseguí que un sabio vagabundo me la leyera y su significado me inquietó:
“Te reto a superarte a ti mismo”
Fui al lugar de mi glorioso día anterior y encontré lo más inesperado, pero todo un regalo. La pared estaba blanca de nuevo, lista para volver a ser pintada, y eso fue lo que hice. Un nuevo mural totalmente distinto, una lata totalmente llena.
Ahora cada día de verano vuelvo al mismo sitio a realizar mi sueño y a amenizar la vida de los demás.
Alguien me regala cada mañana una pared en blanco y un par de fotos de la pared colorida del día anterior. Ahora pasan los días contados por fotos de mis propios dibujos, guardadas celosamente en una carpeta que encontré en la basura.
Mis cepillos de dientes me guían y la gente que me rodea me inspira. E, incluso, me han puesto mote, un mote increíble para alguien como yo:
“Francis y su cepillo mágico”
Digno de película ¿verdad?
Happy :)
1 comentario:
Bien buscado: captando lo cotidiano
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