12/11/11

El frío según Anne



Madrid, octubre de 1995.
Carolina anda preocupada por Anne, su hija. Hace poco le anunciaron la noticia de que debían trasladarse a los Alpes por motivos laborales; Philippe, el padre, científico de profesión, ha sido destinado allí para investigar las extrañas alteraciones que están sufriendo algunas plantas autóctonas respecto a cada estación, ya que parece que últimamente viven poco más de un año, cuando lo normal es, o era, doce años.
- No quiero ir allí. Me gusta mucho Madrid, es muy grande y puedes perderte entre sus calles, tiendas...es perfecta, no quiero cambiar.- Repetía Anne contínuamente.
Carolina no podía entenderlo, Anne apenas llevaba 6 meses viviendo en Madrid pues nació en un pueblecito africano cercano al desierto del Sahara. Allí permaneció la familia durante diez años hasta que, a finales de abril de 1995, se vieron obligados a trasladarse a Madrid, ya que la escuela más cercana para Anne se encontraba a 3'50 h., en una ciudad aceptablemente civilizada, pero, tras darle muchas vueltas sobre regresar a la tierra de Carolina o quedarse en tierras africanas, a los dos padres les pareció apropiado que su hija Anne prosiguiese sus estudios en España. Anne, en un principio, se mostró reacia a la idea, pero enseguida no podía omitir sus ganas de mudarse, ya que su madre le contaba cosas preciosas de España y de Madrid.
- No te entiendo, Anne. ¿Por qué te aferras al miedo que te dan los cambios? En ocasiones son buenos, como por ejemplo, éste que vamos a vivir. Además, ya estás acostumbrada, entre África y Europa hay muchas diferencias, en todos los sentidos. Aún recuerdo la alegría y las ganas que tenías de venir. ¡Y eso que cambiábamos de continente! Ahora, simplemente, nos cambiamos de país, y las costumbres son parecidas. Venga, cariño, anímate, que no será para tanto. Los Alpes son preciosos. Te van a encantar.- Intentaba convencerla su madre, siempre en vano.

Y llegó el día. Llegó aquel agridulce día de noviembre. Casi pierden el avión por culpa de Anne. Ésta se pasó todo el viaje en silencio, con la mirada perdida, su madre supuso que en la nostalgia. Y entonces Anne empezó a temblar. Su madre le preguntaba, pero no obtenía respuesta, al igual que su padre.

Los Alpes.
El vuelo aterrizó a las 13:45, y Anne empeoraba por momentos. Cada vez temblaba más y más fuerte. A -7ºC y nevando, Carolina y Philippe decidieron preguntar sobre el hospital más cercano, y por señas, entendieron a un ciudadano. Al llegar allí, tuvieron la suerte de que una enfermera hablaba el inglés, como Philippe. Se entendieron con el médico y, tras unas pruebas hechas en valde, mandaron a Anne y a su familia a casa. La nueva casa. La amueblaron rápidamente con las cuatro cosas desmontables que se habían traído de España.
Y fueron pasando los días. Anne no quería salir de casa. Un día le hizo una confesión a sus padres: Le tenía miedo al frío. Lo describía como una nube invisible que descendía desde las alturas, y se clavaba como cuchilladas por cada milímetro de su cuerpo. Sus padres quedaron atónitos. ¿Qué debían hacer? Nadie les podía ayudar. Llevaban 2 meses allí y Anne no había salido ni a la puerta de su casa. Entonces sus padres cayeron en el simple pero esencial detalle de que Anne no conocía el frío. En África simplemente no existía y a Madrid fueron en la época más cálida del año.
- Tenemos que sacarla de casa.- Propuso Philippe
- ¿Estás loco? Eso la mataría. El frío la mataría.
- No. Será como darle su propia medicina.
Los primeros días del "experimento", Anne apenas podía llegar a la entrada de su casa. Unos 20 días después, al dar un primer paso en la calle, perdió todas sus fuerzas, se dio la vuelta, entró en casa y dijo que no volvería a salir. Empezó a tenerle fobia al color blanco y no podía ver el hielo, ni siquiera en un vaso. Su situación era preocupante, hasta que a Philippe se le ocurrió la idea de desconectar la calefacción de casa sin que Anne se enterase. Sólo tenía que decirle que hacía más frío y que tenía que abrigarse un poco más. Y así fue. Cuando se trataba de abrigarse, Anne aceptaba encantada.
- Anne, cariño, te propongo un juego.- dijo su padre, con una sonrisa enigmática en la cara.
- ¿Cuál? - preguntó Anne emocionada. Su único amigo era el libro que se estaba leyendo. Su extraña enfermedad la obligaba a no ir a la escuela, y ni mucho menos tenía amigos. Lo poco que estaba aprendiendo estos meses se lo estaba enseñando su madre.
- Es una sorpresa.- Le dijo Carolina guiñándole un ojo.
Acto seguido le vendaron los ojos, y, engañada, y muy poco a poco, la fueron dirigiendo hacia la puerta de salida. Ella creía que iba a la habitación de sus padres, fantaseando que la sorpresa sería un animal de compañía, aquel gato que siempre quiso, o el perro al que llamaría Toby. Creyó notar una brisa, pero apenas se percató, pues estaba muy ensimismada en su sorpresa y su padre le había dicho que se abrigase porque el frío incluso se notaría en casa. Pero ya nada le importaba, estaba radiantemente feliz.
-Ya está, mi amor. Te vamos a quitar la venda. ¿Preparada?
-¡Sí!
Anne no podía creerlo. ¡Estaba en la calle! Sus temblores habían desaparecido y ahora era la persona más feliz del mundo. Empezó a reír hasta no poder parar, y con ella, sus padres.
- Gracias.
- ¿Ves, cariño? Para vencer a los miedos hay que enfrentarse a ellos.


Malizzzia.

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